Como cada mañana fui a trabajar escuchando el último vídeo de Spawn Wave como si de un podcast se tratara, seguido de un par de canciones de Residente. No me considero un gran fan del puertorriqueño, pero sus dos últimos hits me tienen enganchado.
Llegué a la oficina a las 8 de la mañana, hablé con la CA para verificar que no hubiera ningún problema en producción y me puse a trabajar. Aún no teníamos órdenes de realizar teletrabajo y Sánchez aún no había comparecido para anunciar que el gobierno tenía la intención de activar el estado de alarma.
Un compañero hizo la broma de ponernos un “dashboard” con el mapamundi de la expansión del coronavirus en una pantalla gigante y la verdad es que era mirarlo y desanimarte. Las cifras y círculos rojos que había en pantalla no paraban de crecer.
Durante la última semana tuvimos varios correos empresariales notificando los protocolos de actuación para prevenir el coronavirus en la empresa y qué hacer en caso de dar positivo en un test. También llegaban correos referentes al teletrabajo y mis responsables me preguntaron un par de veces sobre las dificultades que podríamos encontrar en caso de trabajar desde casa.
Se hicieron las dos y nos informaron que a partir del lunes haríamos teletrabajo y que para ello podíamos llevarnos todo el material informático que nos hiciera falta para nuestro día a día. Poco después, mientras comía con un par de compañeros, vimos en la tele del restaurante que Sánchez venía de activar el estado de alerta.
Todo fue muy rápido y los ánimos de la gente estaban por los suelos. El presidente dijo que el estado de alarme duraría 15 días, pero viendo lo que pasó en China y el descontrol de Italia, todos sabíamos ya en ese momento que el confinamiento duraría por lo menos un par de meses. Y para más inri, la prueba más palpable estaba en mi propia ciudad: Las fallas, nuestra festividad local por excelencia, aplazadas hasta mediados de julio.
Sabíamos que podíamos desarrollar el virus sin tener síntomas. De hecho, un par de días antes (miércoles 11/03/2020), Merkel venía de anunciar que entre el 60 y el 70% de los alemanes atraparía el famoso coronavirus pero que el 80% de los “infectados” apenas notarían síntomas. El peligro entonces era que podías no tener síntomas y ser contagioso. Es decir, que podías ir paseando tan tranquilo y sin saberlo estarías mandando a otras personas a la UCI. Pudiera ser que Merkel se volviera senil, pero poco después su ministro de salud confirmó dichos datos.
Nos planteábamos muchas dudas. No sabíamos si la VPN aguantaría el lunes y temíamos por un compañero que tenía que pillar un vuelo el sábado para volver a Francia. De hecho, no sabíamos ni siquiera si le dejarían pillar el avión… Nos daba miedo que visto el incremento de casos de coronavirus y el anuncio de Sánchez, se decidiera cortar la frontera de un día para otro. Finalmente pudo tomar el avión, pero si leéis las noticias habréis notado que las fronteras ya están cortadas, hasta las terrestres. También pensábamos mucho en los camareros de los bares donde solemos comer, pensando la desgracia económica que esta situación les produciría.
El edificio se iba vaciando hasta el punto que a las 18 horas parecía una empresa fantasma. Fueron probablemente las horas más angustiosas en toda mi vida laboral, no recuerdo haber vivido nada parecido. Era como ver en directo cómo se desmoronaba la civilización moderna en apenas un par de días. Suena alarmista, pero tenéis que entender que cuesta mucho asimilar que ordenen quedarte en casa a toda la población “por una gripe”. Tenía la sensación de que el gobierno sabía algo y que se estaba ocultando.
Empaqueté todo el material que necesitaba en una mochila y fui a la pizarra que uso para anotar las fichas de mi equipo: Quité todos los “post-it” (total, todas esas tareas estarían tratadas la próxima vez que volviéramos a poder entrar la oficina) y puse uno nuevo: “Merci à tous”. Ya que no volvería a ver el rostro de mis compañeros en meses, por lo menos quería que se llevaran una sonrisa al salir.
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