Durante los últimos años mi navegador preferido ha sido Chromium, la versión libre de Google Chrome, pero desde hace ya algún tiempo he vuelto a usar Firefox. Y la razón es simple: Google me da miedo. Lo querramos o no, Google se ha convertido en el gran hermano del siglo XXI, en un peligro para nuestra privacidad que a día de hoy puede superar a cualquier gamberrada de Microsoft. Chromium será libre, pero posee tal nivel de integración con las cuentas de Google que da miedo.
Como mucha gente, utilizo una cuenta de GMail, puesto que considero que es el servicio de correo gratuito más completo, además de que ya son 11 años usando la misma cuenta. Al principio, cuando me uní, la cuenta de GMail sólo te daba derecho a tener eso, una cuenta de correo. Hoy es el identificador genérico de Google, con el que puedes medir tus estadísticas en Google Analytics, comentar en Youtube o abrir Google Plus una vez al mes. Desconozco si esto ha sido así por vagueza de Google o por marketing agresivo. Pensarlo no me quita el sueño y además puede que la respuesta sea la unión de ambas cosas. En todo caso un servidor añora aún la época de Google Reader, pero como todo lo excesivamente guay y gratuito, acabó muriendo.
Por ser, es hasta el identificador de todos tus dispositivos Android, gracias a los cuales Google ya sabe situar en qué región del mundo se encuentra mi wifi y me localiza fácilmente con Google Maps. Hay tanta integración y con tanto dispositivo y servicio de red, que Google me puede dibujar patrones sobre dónde trabajo, dónde vivo y ofrecerme el historial de mis localizaciones pintado por trazos de los útlimos años. Para ello le basta saber en qué lugares aparezco con frecuencia y a qué horas: De día, este lugar debe ser su curro; Pero si es de noche, este lugar será donde duerme. No bromeo, cada mes recibo en mi correo un reporte de mi cuenta de Google donde puedo observar ese tipo de detalles, aunque ellos en su asunto lo prefieren llamar "Panel de control de Google: actividad de tu cuenta". Todo esto se puede deshabilitar, pero uno se pregunta cuantas veces habremos dado permiso a realizar semejantes mierdas a otras empresas gracias a la cultura del "Sí, he leído y acepto las normas del servicio. Continuar.".
Ayer era Microsoft, hoy es Google, mañana puede ser Steam o el mismísimo Candy Crush. Y si no estás contento, te cambiamos las normas del servicio y te avisamos con un correo electrónico que sabemos que no leerás. En fin, problemas del susodicho primer mundo.