Caminante no hay camino, sino estelas en la mar

El ser humano es increíble. Debe de ser la única especie animal donde sus especímenes se creen siempre el centro del mundo pese a vivir con más de seis mil millones de congéneres. Miles de personas vomitan cada hora el último lloriqueo ante las "terribles" injusticias que sufren... mientras que realidades sociales como el paro o guerras se camuflan bajo los goles de Messi en el informativo de turno.

Recuerdo las palabras de un amigo bloguero: "No soy la voz de tu conciencia pero si no estás dispuesto a cambiar, si no estás dispuesto a tomar partido, si sólo quieres ser un espectador, por favor, deja de visitar esta página". Y eso hice, dejé de visitar su blog. No quiero cambiar el mundo, es algo demasiado pretencioso incluso para alguien como yo.

Realmente siempre me he considerado un chico del montón, se puede decir que sólo he destacado por negarme a usar Windows en mis ordenadores personales y por reconocer públicamente que el amor de mi vida vive en Brasil, a unos 10.000 km de distancia. En pocas palabras, soy humano y vosotros también, esa es la auténtica broma que nos depara el destino: por desgracia somos tan humanos como pudieran ser los dictadores más sangrientos, Jesucristo o el vecino del quinto. Negar esa verdad absoluta sería de necios.

Así que aprovecho estos cuatro párrafos de protagonismo egocéntrico para deciros que por muchas putadas que os hagan el mundo seguirá girando. De nada sirve llorar o autocastigarse, lo más útil que se puede hacer levantar el rostro, admirar el paisaje y seguir caminando... y si el cielo está nublado y amenaza con llover, disfruta de la brisa de aire fresco, puesto que si la sientes significa que sigues vivo.